Espuma y nada más: una tensión incesante

Más allá de las ideas típicas sobre el planteamiento inicial de un cuento, en el que se suelen dar las bases para comprender los antecedentes de una situación crucial, se erigen otras estructuras como la de Espuma y nada más, de Hernando Téllez, que es tajante por la manera de internarse  súbitamente en la trama de la historia.

Un barbero afeitando a un capitán asesino. Su voz narrando sobre el jabón y la sangre. La mejor cuchilla al filo de la piel. Son esos los símbolos que sugestionan al lector y le enlazan con la situación que no tiene nada que ver con las introducciones clásicas, sino que son un fuerte golpe de suspenso.

Cada uno muestra sus armas: El capitán se despoja de su pistola antes de sentarse en la silla para ser afeitado, y el barbero, que ensaya su cuchilla antes de proceder. Sin embargo, el primero parece más fuerte ante el dialogo interno del segundo, que se debate entre emplear su cuchilla como elemento de trabajo o como fin de muerte, para rápidamente invertir el cuadro, ante la provocación de las frases de un capitán que supone que tiene como aliado a un barbero del que ya somos testigos que es un revolucionario, su opositor.


Desde otro ángulo, están las armas del autor del cuento, que tiene pleno manejo de los sentimientos de sus personajes y más aún, de los del lector, con el que establece una relación de juego con su perspectiva y miedos. Pero al lector lo anteceden también sus armas: el poder de sacar del cuento lo que le pertenece, de trascender la historia.


El lector va construyendo a través del suspenso la escena del golpe de muerte, alentado por todo tipo de provocaciones. "No hay nada más tierno que la piel del hombre y la sangre siempre está ahí, lista a brotar. Una navaja como ésta no traiciona. Es la mejor de mis navajas”, confiesa el barbero; para luego dudar en su monólogo interno: “Maldita la hora en que vino, porque yo soy un revolucionario pero no soy un asesino. Y tan fácil como resultaría matarlo. Y lo merece. ¿Lo merece? No, ¡qué diablos! Nadie merece que los demás hagan el sacrificio de convertirse en asesinos”; con esta dualidad el autor juega con la concepción del lector sobre los personajes del cuento, poniendo a prueba su capacidad de centrarse en los detalles.

En esta narración no existe un clímax único, ya que el conflicto que se impone de entrada permanece intacto, no cesa en medio de los giros. El barbero personifica el debate y la rabia de un pueblo, contrapuesto al orgullo por su oficio y al cuidado con el que lo ejerce.


Si tomamos una estructura de cuento simple -principio, nudo y desenlace- y la aplicamos a esta narración, vemos que el principio es ya el nudo, y en el desenlace, la sorpresa es el elemento que cuestiona la atención del lector.


El giro de acción más revelador se da justo en el momento que uno supuso como el más violento, pero que resulta siendo un pequeño descanso a la tensión: el final. Ahí es donde el lector reconoce que sabe mucho del barbero pero nada del capitán Torres, que desconoce su posición; entonces se revela que él no estaba confiado, que sabía que el barbero era del otro bando, y que, detrás del sanguinario despiadado que se había dibujado, hay un hombre igual al barbero, pero de estrategia desconocida.


En este punto, uno se siente tan enterado sobre el barbero, que necesita conocer más al capitán, que se revela de un modo más conciso, en sus últimas palabras, que destruyen los juicios que sobre él construimos desde discurso del otro personaje: “Me habían dicho que usted me mataría. Vine para comprobarlo. Pero matar no es fácil. Yo sé por qué se lo digo”. El mensaje es claro: una sola voz no puede ser un todo, ni en un cuento de dos personajes, ni en la vida.


El final del cuento es solo un desenlace en la medida en que termina una escena, pero queda abierta la sensación de duda, porque la perspectiva del barbero nos quitó lo que podíamos saber del capitán por decisión misma del escritor. 


Esta obra es, sin duda, una muestra de la carga dramática de los recuerdos como apoyo para que el lector esté o no en cierta posición, lo cual le da la unidad al cuento. También es una excepción a la regla de la linealidad del cuento clásico, y aquí se pueden citar las apreciaciones del cuento de Julio Cortázar: “Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites, con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta”. En el caso de Hernando Téllez, no relata una anécdota simple, pero va más allá de ella.

La carga emotiva con la que comienza a leerse la narración deriva en un ejercicio más complejo cuando se dan las respuestas, pero mantiene la sugerencia de que existen otros factores de fondo, con los que uno se aventura a pensar que el final es precisamente otra realidad que no cesa.

Comentarios

Cafeinasur dijo…
El articulo anterior es una aproximación personal al cuento "Espuma y nada más", del periodista colombiano Hernando Téllez.
Pronto trataré de dejarles el texto del cuento.

Natalia Piedrahíta Tamayo
patton dijo…
Yo te hubiera puesto 5.0.

(si hubiera sido algún trabajo para alguna materia de la U)

y si, lo leí todo.
Revistas Rilo dijo…
Acabo de leer este excelente cuento y leí tu artículo. Comparto contigo la apreciación que haces. Muy bien hecha. Desarmas el cuento y lo muestras tal cual con sus recursos y demases.

Saludos!

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