Breves apuntes sobre la soledad
Por: Natalia Piedrahita Tamayo
Hace unos años soñé que
caminaba por un jardín con unas niñas y les enseñaba a hacer vestidos largos
con hojas de árboles. Aunque era un sueño tranquilo, me sentía confundida. En el reino onírico sabía que esas niñas no eran ni mis hijas, ni mis alumnas, ni mis amigas, sino que
eran una extensión de mi ser. La sensación de armonía del sueño lejos de satisfacerme me inquietaba y, desde que desperté, nunca la he olvidado. Tardé un tiempo en hilar alguna conexión con la realidad, ya que mis voces interiores aprovecharon aquella escena que me inquietó para hablarme de
algo que hoy considero importante.
La pluralidad es inherente a nuestra condición, somos materia cambiante y compuesta de infinidad de elementos: sensaciones, pensamientos, deseos, recuerdos, miedos, percepciones. No somos uno o quizá sí: somos la sumatoria del tránsito por el mundo. Sin embargo, nos han acostumbrado a creer
que 'en equipo' todo es mejor, que ser parte de ciertos círculos y consumir
ciertas cosas que todos consumen es necesario, relegando la soledad a un terreno sombrío, sobre el que nos han vendido todo
tipo de miedos.
Más peligrosas que lo masivo son las maniobras que algunos emprenden para huir del llamado 'mainstream' y etiquetarse
en la exclusividad para así capturar la atención de los que quieren
sentirse diferentes sin profundizar en su subjetividad, la cual les permitirían vivir
la diferencia sin recurrir a tribus o categorías.
Hace poco me preguntaron por qué
no me encanta la 'eterna primavera' de Medellín y entendí que algunos de mis
conocidos piensan que es por mi fascinación con el campo, lo cual, aunque sí tiene que ver, está lejos de ser la respuesta. Mi desapego con mi ciudad de residencia
por más de veinte años es que me desencanté de su gregarismo, de esa tendencia a vivir pegados a la
manada para perder el tiempo
y validar sus lugares comunes.
Nos han hecho creer que si no estamos avalados por un qué dirán o por un rótulo de encaje en ciertos modelos, nuestras ideas no sirven y con ello muchos se pierden de una cantidad construcciones que surgen a través del perder el
miedo a ser uno, solo y subjetividad.
Muchas experiencias encantadoras
de la vida se dan en compañía. En mi caso no hay nada que le pueda dar más
sentido a mis días que las actividades que comparto con mi hija. Son incontables los placeres que traen los amores profundos y las buenas conversaciones son cunas de grandes proyectos -coincidencia o no, desde mi experiencia son las personas solitarias las mejores interlocutoras-...Y
me quedaría anotando situaciones que me gustan y que nacen de la interacción, pero como leí en cierta columna para el periódico El Espectador, “la soledad redime cuando
es elegida”.
Hay que disfrutarse aparte de la gente, reconocerse diferente, y por ello, similar a todos; permitirse el desacuerdo y tener una posición que solo sea fiel a las ideas propias. He visto cómo aquellos que solo buscan encajar en grupo a menudo son quienes temen a la soledad porque no quieren enfrentarse a sí mismos.
Hace unos meses alguien me dijo, a modo de reproche, que estaba sola, que mi visión del mundo era inusual y le di la razón, reivindico la soledad porque disfruto de ella, la considero un privilegio en
medio de una sociedad que impone estereotipos para cosificar a la persona. Más aún, desconfío de las
personas que huyen de la soledad y buscan en la masa su esencia. Aquel
que no disfruta de sí mismo aplaca el monstruo que todos llaman 'yo' con pañitos de agua tibia representados en la figura de los otros.
Los lugares comunes a menudo amarran, por eso disfruto cuando, en medio de una discusión, alguien avanza
solo con una idea, sin temor ante sus detractores. El lugar de enunciación se construye a partir de la singularidad de esa senda por la que nadie está transitando porque solo la camina una. Habría que hacerle coro al
brujo Fernando González, que reivindicaba la soledad como tierra fértil, y
entender que las ideas son el tesoro por el que algunos dieron la vida. Giordano Bruno murió
quemado porque la Inquisición creía que sus palabras eran herejías, muchos años después se supo que su visión del cosmos era científica.
Las sectas o religiones son tan peligrosas como los políticos y otros maquiavelos contemporáneos. Retomo un fragmento del libro 'Pensamientos
de un viejo', de Fernando González: “Cuando
decimos: esta flor es hermosa; aquel árbol es triste, damos nuestra hermosura a
la flor, y nuestra tristeza al árbol, es decir, les damos el alma. Porque en sí
mismos ni la flor es hermosa, ni el árbol triste. Al árbol lo llamamos triste porque
nos recuerda, porque tiene vagas semejanzas con aquello que contribuyó a formar
en nuestro interior el concepto de tristeza. Así la vida del hombre es una
perpetua contemplación de sí mismo”.
Reivindico la soledad y aquellos placeres que derivan de ella porque finalmente son el prisma que ilumina nuestro paso por el mundo.
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